En Argentina,
Venezuela brilla
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Todavía no eran las siete de la tarde cuando el obelisco empezó a resplandecer alternadamente: amarillo, azul y rojo. De fondo, un cielo espeso, gris plomo, que hacía resaltar cada uno de los colores de la bandera de Venezuela. De esta manera, la Ciudad de Buenos Aires le rendía homenaje a nuestro país hermano para conmemorar los 212 años de su independencia.
Llegué con gente de mi equipo; con Clara Muzzio, ministra de Espacio Público e Higiene Urbana; y con Elisa Trotta, activista venezolana. De a poco, las personas se fueron acercando. Venezolanos que sacaban sus celulares para retratarse con el ícono del país que los recibió, ahora “vestido” para abrazarlos. Un pueblo, con la mayor cantidad de exiliados del mundo, que encontró un lugar en la Argentina, y especialmente en la Ciudad de Buenos Aires gobernada por Horacio Rodríguez Larreta.
Mientras miraba a cada una de las personas que estaban allí, algunas solas, otras en pareja, con niños o con amigos, me puse a pensar cuáles serían sus historias. Y conocí una en particular, la de Lissette Mejías, y que, de alguna manera, representa la de muchos. Me cuenta que hace cinco años, su hijo, defraudado por su país, decide venir. Ella se queda en Venezuela con su esposo y su otra hija. Quizás, con alguna ilusión de que las cosas pudieran mejorar.
La noche está fresca y húmeda, Lissette lleva puesto un gorro de lana que usa para cubrir su cabeza calva. Me dice que el año pasado, cuando todavía estaba en Venezuela, le diagnosticaron cáncer de mama. A partir de allí, comenzó un calvario para ella que, además de tener que enfrentar lo que le estaba pasando, debió lidiar con un sistema de salud que no le daba respuestas.
Decidió seguir su tratamiento de manera privada porque era la única forma que podía hacerlo en su país. Pero los costos eran impagables. En ese momento, su hijo le sugiere que venga a la Argentina. Y ella, junto a su marido y a su otra hija, lo hacen.
Acá, con acceso a la salud pública, comienza a tratarse en el Hospital General de Agudos Teodoro Álvarez, en el barrio porteño de Flores. “Ya voy por la cuarta sesión de quimioterapia, me dan los medicamentos y me hago todos los controles”, me dice entusiasmada. Y agrega: “Estoy muy, muy agradecida con este país”.
Mientras, en sus ojos se reflejan las luces con los colores de su bandera. Una que tiene lejos, pero que, de alguna manera, por medio de este homenaje, le hacemos sentir cerca.
Y así, hasta las doce, el obelisco continuará encendido recibiendo más venezolanos que, como Lissette, siguen anhelando libertad y democracia para su país.